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REALIZAR ORADORES

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Un escenario de oportunidades perdidas: cuando la espontaneidad se convierte en un bucle de clichés.

Hace unos días, asistí a un evento donde líderes de diversos sectores presentaron sus ideas. Todos siguieron el mismo guion tácito: discursos distantes y sin preparación, llenos de clichés como "Hablo con el corazón" y "Eso es todo". Todos parecían intentar parecer graciosos y simpáticos.


¿El resultado? Una sinfonía de clichés, en la que cada orador, en su búsqueda de la desenfado —con creativas variaciones de entonación—, repetía exactamente lo mismo que el anterior.


Confieso que, en medio de este maratón de improvisación y copia y pega, me perdí los discursos que realmente impactaron. ¿Los recuerdan? ¿Aquellos que los hicieron reflexionar, que se quedaron con ustedes días después? Fue un ritual: preparación meticulosa, un mensaje claro, pausas estratégicas, el papel en la mano como testigo silencioso del cuidado y la importancia que el orador le dio al momento. Fue casi una ceremonia, algo entre una charla TED y un recital de poesía. Una forma de arte.


En la era de la corta capacidad de atención de TikTok, la profundidad parece haberse convertido casi en un delito, incluso en una vergüenza. La opinión predominante es que todo debe caber en siete segundos, ser gracioso e idealmente ir acompañado de un meme. Pero ¿y si el tema exige algo más que un simple chiste?


Hay que tener esto en cuenta: ser modesto no significa necesariamente estar desprevenido. Quizás sea hora de volver a escribir borradores en papel o en un cuaderno y basarse en referencias en lugar de en tendencias.


Quizás el verdadero coraje reside en tener el coraje de pensar antes de hablar.


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Juliana Albañez

Ponente – experto en comunicación y ventas.

 
 
 

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